Aparición
Está ya anocheciendo, pero tente,
aguarda un poco más. Desdeña ahora
la luz señera de la casa. Escucha
crujir la muchedumbre de los árboles,
el arroyo correr, la nota líquida
en la garganta del zorzal, y siente
latir el bosque en vilo de inminencia.
Cierra manso lo ojos y respira
el verde color de la espesura, yérguete
en el impulso de aspirar y seas
un solo pulso absorto en la noche,
ve los bultos severos de los pinos,
su rigidez alerta; pero aguarda,
aguarda todavía: mira alzarse
el rostro que invocaste, el rostro amado,
como otra luna entre las negras ramas.
***
Las nubes
Yo no os había visto hasta aquel día,
iba bajo vosotras sin saberos,
decía acaso nube con descuido
o bien cogía una para un verso
como pañuelo claro en el andén
de la memoria. Pero no os veía.
¿Qué haría mientras tanto; en qué comercio
oscuro me andaría con el sueño;
en qué mina de olvido, en qué caldera
apilaba el carbón de la desdicha;
por qué calles sin cielos vagaría
mirándome las puntas polvorientas
de los tristes zapatos; o con qué
visera amarga malogré mis ojos;
qué amor avaro los tenía presos
en espejos de sed, que no veía
las luminosas nubes?
***
Lombardas
Ebrio iba del mundo cuando vi aquellas coles
rizándose de plata como espuma del surco.
Diríase que públicas al par que pudorosas,
absortas en su pompa de corolas atroces.
Tan pronto raso añil como seda violeta
o copiando del cielo el zafiro más puro
las coles se irisaban como si las bruñese
el tornasol profundo de una rosa secreta.
La savia dibujaba con pincel minucioso
en las sedas azules filigrana escarlata.
Honda lumbre encendía las coles cristalinas
de rosa madreperla cual lámparas sagradas.
Al punto la madeja delicada de hojas
se henchía sudorosa de una savia más viva
y aquellas hortalizas parecían de pronto
el sueño vigilante de grandes mariposas.
Largo tiempo el que estuve asomado a la huerta
pues todo se entendía junto a aquella verdura.
Eran la misma cosa su rica nervadura
que las venas azules de mi mano en la cerca.
Y cuando me alejaba de las coles, sabiendo
que mi vida más cierta se quedaba con ellas,
vi en sus hojas alzarse como enaguas y alas
de novicias y ángeles remontándose al cielo.
***
El aceite
Vi el aceite de oro en la noche del párpado.
Su luz se derramaba de la almazara eterna,
resbalaba sin prisa por un cauce de astros,
y al llegar al brocal de la absorta pupila
maduraba mi ojo con su sol apretado.
El tiempo era ese río de aceite que manaba
desde el mañana hondo fluyendo hacia su vástago.
Mi pelo se hizo plata, y sentí retorcerse
bajo los pies raíces de olivo milenario.
***
Lirio
Aprende, vida, a vencerte
como se dobla la hoja
del lirio bajo la nieve.
"El dibujo de la savia" - Miguel Ángel Velasco
Editorial Lucina
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