Los cisnes de la sangre,
nuestros cisnes.
Esta vena de amar
que estira el cuello
más allá de la ley.
La hermosa gravedad de los que ahogados
flotan aún como dioses
sobre la inmensidad del mar
Tiré una piedra al pozo de tus ojos
aún no la oí caer,
puse luego el oído en el silencio
y acaricié una a una las heridas
cerradas de tu blusa,
la que siempre te pones para mí,
la que nunca te quitas para mí,
la que un día me abriste
a la altura del beso
y la mano que te ama
de repente
sorprendido en los búhos de tu pecho
el corazón enfermo de los hombres,
sus latidos más hondos,
esos grifos de amor tan mal cerrados
cuando llega la noche
"Donde nadie me llama" / Ediciones Hiperión
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