CADA mañana ponía en los arroyos acero y lágrimas y adiestraba a los pájaros en la canción de la ira: el arroyo claro para la hija dulcemente imbécil; el agua azul para la mujer sin esperanza, la que olía a vértigo y a luz, sola en el albañal entre banderas blancas, fría bajo la sarga y los párpados ya amarillos de amor.
***
EN SU canción había cuerdas sin esperanza: un sol lejano de mujeres ciegas (madres descalzas en el presidio transparente de la sal).
Sonaba a muerte y a rocío; luego, tañía cañas negras: era el cantor de las heridas. Su memoria ardía en el país del viento, en la blancura de los sanatorios abandonados.
***
ERA veloz sobre la yerba blanca.
Un día sintió alas y se detuvo para escuchar en otra edad. Ciertamente, latían pétalos negros, pero en vano: vio a los duros zorzales alejarse hacia ramas afiladas por el invierno
y volvió a ser veloz sin destino.
Esta Luz / Galaxia Gutenberg
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