Aquella amistad de los quince años
abonada con cáscaras de pipas
regada con el cloro de las piscinas
florecida en descampados y parques
aquella amistad eterna no volverá.
Y hay tardes en que el teléfono no suena
y parece que todos los amigos han muerto
o están lejos o demasiado ocupados
en sobrevivir.
Pero un día: alguien en su silencio
en su mirada de sobreentendidos
se convierte en portador del milagro.
En él la tristeza del superviviente
se parece tanto a la alegría
que no hay entre ellas ninguna diferencia.
Su casa abierta huele a piscina.
Y compartimos como pipas las cervezas
y las jarras son trofeos a los que vencimos
en tardes silenciosas la tentación del abandono.
Alfabeto de cicatrices / Baile del Sol
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